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El sábado en la noche festejó su cumpleaños una amiga mía.
Sus padres tienen una casita con jardín y, como el tiempo acompañaba, invitó a comer un asadito.
Llegué temprano y me senté en una mesa larga a tomar un vino con un grupo de amigas de la hermana menor de mi amiga.
Eran unas seis chicas de no más de dieciocho años, solteras y estudiantes.
La verdad es que me divertí bastante escuchando sus anécdotas y las nuevas modalidades de levante entre hombres y mujeres.
Me impresionó el cambio que generó en la manera de relacionarse con el sexo opuesto el avance tecnológico en materia de comunicaciones.
Todas tenían el celular pegado a la palma de la mano y escribían frases a medida que la noche se iba desarrollando.
Planificando la salida posterior o, cómo me dijo una de ellas cuando le pregunté qué escribía, “calentando motores”.
“Cuando no estoy físicamente con el chico que me gusta trato de que me tenga presente de alguna u otra forma” me comentó.
“Envío fotos de la ropa que tengo, comento las cosas que pienso e informo las cosas que imagino él estará haciendo. Una no tiene por qué esperar a ver a una persona para poder conocerla. La tenemos presente en todos lados y la vamos conociendo a medida que seguimos con nuestras actividades de todos los días.
Él sabe a través de mi twitter si estoy en la facu, en casa o en el trabajo. También, si estoy contenta o triste, aburrida o entretenida, o lo que yo le quiera contar”.
Mientras seguíamos charlando algunas recibieron fotos e imágenes de distintas fiestas que se estaban desarrollando en diferentes lugares y, debatiendo entre todas, eligieron a dónde iban a asistir dependiendo de lo que veían en las pantallas de sus celulares.
Recordé mis veinte años (que no fueron hace tanto tiempo). Una esperaba toda la semana sin saber dónde estaba o qué hacía aquel chico que nos gustaba y rogaba que asistiera a aquella fiesta o boliche al cual nosotras íbamos a ir.
Aprovechábamos hasta el último segundo de la noche para conversar y conocer a aquella persona que luego pensaría hasta el cansancio antes de llamar a nuestra casa y correr el riesgo de que le atendiese el teléfono nuestra madre.
Una vez que se decidía a llamarnos e invitarnos a salir, accedíamos y regalábamos aquel beso. Tardábamos en conocer a alguien y también en elegirlo.
Hoy, se creen que se conocen, se creen que se eligen, se creen que…
El tener un contacto constante y un acceso inmediato a las personas hace que se complique mucho más la elección. Ni que hablar de que se tarda el doble en conocer verdaderamente la esencia del otro. Un primer tiempo en leer lo que el otro quiere mostrar y un segundo tiempo en interpretar lo que el otro verdaderamente es.
Hay que quitarle el photoshop a la vida para saber cómo es realmente la otra persona.
La inmediatez de todo… ¿también corre para el amor?
Por Violeta Santamarina
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