Cuando aquel 17 de mayo crucé por última vez en diagonal la plaza de Villa del Parque, el trayecto me pareció más corto de lo habitual. El motivo tal vez fueron mis enormes ganas de escuchar a Laura detrás mío diciendo “Esperá… no te vayas…”, cosa que nunca sucedió.Después de tres años de noviazgo Laura me había dejado y ese ritual de cruzar en diagonal la plaza que estaba frente a su casa se estaba desarrollando por última vez.
Recuerdo haber llegado a la parada del colectivo 134 que me llevaba a mi hogar en el barrio de Flores con un nudo en la garganta. Una vez que saqué el boleto y me ubiqué en el primer asiento, el nudo se desató y lloré sin parar todo el trayecto.
No me importaba que la gente me mirara. No me interesaba que pensaran vaya a saber que cosa. En realidad no me interesaba nada. Lo único que podía hacer en ese momento era dar rienda suelta a mi tristeza.
No la vería más, no la abrazaría más, no la besaría más. La idea de que otro más adelante (muuucho más adelante) hiciera esas cosas con ella era tan aterradora que la descarté inconscientemente.
Al llegar a mi casa me tiré en la cama y continué llorando. Recuerdo que mi padre me trajo un vaso de whisky y me dió un par de palmadas en la espalda sin decirme nada. Seguramente conocía ese sentimiento y sabía que no había nada que decir.
Años después de ese episodio, muchas veces algunas mujeres al saber que me dedico a ayudar a hombres abandonados, me preguntan: “¿Pero los hombres sufren por las mujeres?”
Para muchas de ustedes tal vez esa pregunta les resulte muy obvia, pero la cantidad de veces que la he escuchado me da la seguridad de que tan obvia no es.
De hecho recientemente, Amalia Granata en el programa “Un mundo perfecto” me lo preguntó ante miles de televidentes: “¿Sufren los hombres por las mujeres?”
Históricamente parece que somos los malos e insensibles de la película, pero esto otra vez no hace otra cosa que demostrar que muchas generalizaciones no nos ayudan a arribar a conclusiones válidas.
Que el hombre sufre por amor al igual que la mujer, no tengan ninguna duda. No sé si más o menos, porque nunca fui mujer, pero que sufre, pónganle la firma.
Tal vez la creencia opuesta provenga de un tema cultural, en donde el hombre es el infiel, el que deja, el que no llora y el que no comparte con otras personas sus sentimientos más íntimos o sus debilidades.
La realidad es que cuando los hombres sufrimos por una mujer no nos podemos concentrar en nada, no podemos estudiar, no podemos trabajar. Sólo queremos suene nuestro teléfono y sea ella diciéndonos cuanto nos extraña, que se equivocó, que la perdonemos, que fue un malentendido y que todo vuelva a ser como antes en el menor lapso posible.
Y sí, así somos… y a mucha honra. Ténganlo en cuenta la próxima vez que vayan a decir “Ay… necesito encontrarme conmigo misma… estoy confundida… necesito un tiempo”.
En realidad el problema no está en que nos digan eso y nos dejen, dado que toda mujer tiene derecho a dar por terminada una relación cuando se le de la gana. El problema está en lo que sigan haciendo con nosotros a partir de ese momento, pero bueno… ese será tema de otra columna.
Por: Fabio Fusaro
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